ASUNCIÓN EN EL MUNDO

Han transcurrido 171 años desde el 30 de abril de 1839, fecha en la que Santa María Eugenia de Jesús fundó la Congregación de Religiosas de la Asunción, la cual, siguiendo los deseos de su fundadora  ha continuado el camino de década en década, con los mismos fundamentos de fe y con espíritu de valiente misionera, para dar a conocer a Cristo Jesús y su Iglesia.

Esta Iglesia, que María Eugenia amó  y sirvió tanto, la ha exaltado en su corazón, reconociendo su vida de santidad en la ceremonia celebrada el 3 de junio de 2007 en Roma, Ciudad Eterna, al ser canonizada por Su Santidad Benedicto XVI, en presencia de asuncionistas llegados de todos los confines de la tierra para ser testigos de ese acontecimiento singular. A partir de entonces, la Iglesia celebra la fiesta de Santa María Eugenia de Jesús el 10 de marzo de cada año, con una misa propia y solemne. Ella ha hecho milagros después de su muerte.

El más grande es el de la existencia misma de la Congregación en un mundo conflictivo, que padece los efectos de enfrentamientos, persecución, guerras, secularización, hambre y  marginación  de grandes sectores de la humanidad.

 

El número de hermanas no ha aumentado mucho, pero las comunidades se han multiplicado y actualmente trabajan en 33 países alrededor del mundo.  La Asunción vive y palpita en Europa, América, África y Asia.  El amor de Cristo y de su Reino sigue siendo la razón de vida de las diferentes comunidades, estén donde estén: bajo la tienda de los tuareg o en el elegante campus de Worcester; entre las milenarias tradiciones de Osaka o de Kerala, en las favelas de Belo Horizonte; en París y Kigali o en las cálidas tierra de El Salvador;  en Nairobi; en la mitad del mundo en el Ecuador o en las zonas desérticas de Nuevo México; en aristocráticas ciudades europeas, o sufriendo  los monzones en la India;  animando al pueblo cubano  o compartiendo las ancestrales culturas  guatemaltecas.

En estos y otros lugares, aunque el estilo de vida, la indumentaria o el idioma sean diferentes, las comunidades son extrañamente parecidas, ocupadas enteramente en el trabajo por el Reino, a veces expuestas a peligros, pero tratando a toda costa de vivir el Evangelio. En ellas, puede reconocerse la sencillez, la alegría y la acogida, abiertas a la modernidad y ancladas en la tradición de originalidad, que es la Asunción.

En todas partes, se trata de salvar el abismo entre la fe y la cultura.  Las religiosas ponen todas sus fuerzas al servicio de la evangelización.  Son obreras del Reino, capaces de caminar al paso de la historia, con el fin de dejar que florezca en ella el Evangelio de Jesucristo.